Jean-Francois Jonvelle |
Anoche, mientras me hacías el amor, tu mano insolente viajaba hacia mis nalgas y, si saber de mis gustos, me azotaba. Mordiste mis pezones sin certezas, al tiempo que una sonrisa que prometía perversa asomaba a tus ojos, a tu preciosa boca.
Que ya no era un gentilhombre quien estaba entre mis brazos -que tu desnudez gloriosamente abarcaban- sino un hermoso villano de oscura mirada. ¡Cuánto gozo! Dos personas diferentes a las de hacía unas horas y a la vez tan verdaderas. Olor animal, el tuyo a cáñamo, -hueles a sexo- dijiste.
No tuvimos tiempo de mucho más, atrapados por las ganas de hundirte -te hundieras- en mis más calientes profundidades. Y la risa, cuantas risas entre sábanas malacostumbradas a la frialdad de los cuerpos que las visitan.
Tú dejate hacer -dijiste. Y pensé: este chico tiene madera.
Que ya no era un gentilhombre quien estaba entre mis brazos -que tu desnudez gloriosamente abarcaban- sino un hermoso villano de oscura mirada. ¡Cuánto gozo! Dos personas diferentes a las de hacía unas horas y a la vez tan verdaderas. Olor animal, el tuyo a cáñamo, -hueles a sexo- dijiste.
No tuvimos tiempo de mucho más, atrapados por las ganas de hundirte -te hundieras- en mis más calientes profundidades. Y la risa, cuantas risas entre sábanas malacostumbradas a la frialdad de los cuerpos que las visitan.
Tú dejate hacer -dijiste. Y pensé: este chico tiene madera.
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